jueves, 18 de abril de 2013

Compañeros del Alma

La rutina nos hace olvidar la importancia de algunas cosas. Cabría hacer simplemente una reflexión para percatarnos de la notoriedad de ciertos legados. Piénsese, por ejemplo, que la persona más viajada del mundo habrá visto un sinfín de cosas diferentes a las de su lugar de origen, infinidad de países y culturas, hombres y materialidades diferentes...; sin embargo, nadie mejor que él para percatarse de la pequeñez e insuficiencia de su tiempo para abarcar la inmensidad de la tierra en la que vivimos, que no es por supuesto la mínima parte del mundo. Téngase en cuenta, de otra parte, que en nuestra existencia apenas si nos topamos con mucha suerte con alguna de las que pudiéramos llamar grandes o descollantes personalidades (en capacidad, inteligencia, creación...) que dejarán un sello indeleble para la Historia, algo digno de ser tenido en cuenta durante cientos o miles de años. Desgraciadamente eso pasa muy pocas veces, y no llegaremos más allá de rozarnos con hombres talentosos, mediocridades o puntuales eminencias de muy corto alcance. La vida nos ofrece de forma generosa a todos (jóvenes, maduros y viejos), sin embargo, el legado más valioso de nuestros antepasados: pues más allá de las maldades perpetradas durante siglos, han llegado hasta nosotros los vestigios escritos de las culturas y civilizaciones más antiguas, de las etapas históricas en que la especie humana se ha desarrollado, con miradas retrospectivas diversas y sobre soportes diferentes (litografías, pergaminos, papel, digitalizado...). Hoy podemos disfrutar ni más ni menos que las ideas más importantes de todo nuestro pasado; del conocimiento y la ciencia de los hombres más listos y sagaces, de las dudas y resoluciones humanas más relevantes de todos los tiempos; de las mentes más capaces y los descubridores más eminentes, los pensadores más sesudos y creadores de espiritualidades y materialidades de distinta naturaleza; podemos conocer con todo detalle la elocuencia de la comunicación humana (lenguas) en miles de formulaciones a lo largo del tiempo, sus singularidades y analogías, sus funciones y significados... A fin de cuentas, la evolución y el desarrollo humano con sus avances y tropiezos constantes. No obstante, la inconsciencia nos domina a veces y nos petrifica con un bloqueo mental enquistado en el tiempo y en el espacio, creyéndonos dueños del mundo simplemente atendiendo a los avances tecnológicos; y hasta superiores e irrebatibles en base a mentiras o medias verdades. Las capacidades técnicas y los avances nos llevan a creer erróneamente en la superioridad cultural en paridad con el avance cronológico, que no es cierto en absoluto: pues las últimas generaciones no son para nada superiores culturalmente a las anteriores. Basta con echar la vista hacia atrás para darnos cuenta. Sin embargo, sí que tenemos la posibilidad de hacer una retrospectiva amplia del pasado para engrandecernos. Nuestra percepción del mundo puede ser enriquecedora, pues con facilidad podemos conocer la elocuencia de Cicerón o la mente avanzada de Leonardo; las gestas de Julio César y los aquilatados pensamientos de Platón, Copérnico o Galileo; los fundamentos religiosos de Buda, la Biblia o el Corán; la medicina de Avicena y las controversias quinientistas del Humanismo; la mirada introspectiva del alma humana con Camus, Kafka o Hesse. Poseemos una ventana abierta inmejorable hacia el mundo, superando las barreras del espacio y del tiempo; la huella más indeleble del alma humana construida con retazos de materiales diversos (glorias y miserias) para que aprendamos. Eso son ni más ni menos que los libros, compañeros del alma.
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